Sin previo aviso las hojas de la ventana se abren con fuerza. El golpe de viento agita las cortinas alertándonos. Nos acercamos con rapidez para cerrarla pero el bullicio que surge al otro lado nos detiene. Tal y como vino, el viento cesó y todo volvió a su lugar; salvo la ventana abierta.
Ante nosotros aparece una pesada cortina aterciopelada como único paisaje. Comenzamos a mover los pliegues para poder conocer qué señales nos trae en esta ocasión Ventana al Pasado, pero el tejido es pesado y las voces del otro lado noS hace ser precavidos. Con suma lentitud logramos que una luz ambarina nos muestre el lugar donde nos encontramos. Nos sentamos sobre el alféizar para estar más cómodos y poder sostener la cortina con mayor facilidad.
Por la rendija que nos ofrece la cortina identificamos un salón de baile abarrotado de personas vestidas con elegancia. La moda y recogidos femeninos nos indican que estamos a mediado del S.XIX. Hay varias parejas bailando una polca rodeadas de personas que observan a pie de pista. Encandilados por las luces, sonidos y colores del baile victoriano, tardamos en darnos cuenta que una joven, situada muy próxima a nosotros entabla una conversación con un caballero.
Ella realiza una elegante inclinación secundada por el caballero. Sus saludos nos adelantan sus rangos.
– Lord Conyngham.
– Señorita Townsend -Saluda a su vez- Qué placer volver a verla. ¿Disfruta de la velada?
– Mucho, mi Lord -contesta ella.
El movimiento de los invitados al desplazarse por el gran salón les obliga a moverse, situándose a un palmo de nosotros. Desde nuestra perspectiva observamos sus perfiles. El marqués de Conyngham según le escuchamos al hablar de aspectos banales, posee gran estatura pero poco atractivo. En sus ojos observamos una lascivia mal disimulada que altera a la señorita Townsend. Esta, vestida de satén verde musgo, parece estar incómoda ante su presencia. Sus rasgos felinos mantienen una sonrisa cortés mientras sus ojos recorren el gran salón.
– Espero que no le moleste si le pregunto por su situación con Lord Deerhurst…
– No puede molestarme, pues mi amistad con Florence es la que me llevó a pasar aquellos agradables días en Crome Court-observamos cierta tirantez en la joven al responder-. Lord Deerhurst, como hermano de mi amiga y futuro conde, ejerció de anfitrión extendiendo su atención hacia nosotras. Me temo, que de esos días, sólo surgió una relación de meros conocidos.
– Si usted me garantiza que eso es así -respondió el marqués ampliando su pecho e inclinándose hacia la joven a modo de confidencia-, yo estaré encantado de realizarle una oferta mejor que la suya.
– ¿Una oferta? -la voz de la joven nos llegó algo estridente y comprobamos que el sonrojo de sus mejillas lo generaba la humillación- No sé por qué debería hacer una, tampoco quiero escuchar las razones que le llevan a pensar…
El nerviosismo de la joven hace reír al marqués. Este, con su mirada lasciva recorre a la joven y la interrumpe con su carcajada.
– Es usted una delicia, señorita Townsend -le dice bajando la voz- Encuentro en usted un manjar tan apetecible; con esa inocencia dibujada en su rostro y su actitud altiva-comenzó a decir el marqués dejando muda de asombro a la muchacha- Desde luego que su primer puesto como aspirante a convertirse en amante lo tiene más que merecido. Y no sólo por haber despertado el apetito de Deerhurst, sino porque hay algo en usted que se nos antoja distinto al resto.
El marqués dio un paso adelante y la joven, hacia atrás.
– Le ordeno que se detenga, mi Lord -le contesta buscando con la mirada el auxilio de alguien que la saque de esa situación tan incómoda- En ningún caso me puede ver como amante y mucho menos puede esperar que escuche su oferta.
– Vamos, señorita Townsend, no sea ingenua. Muchas mujeres envidiarían su situación. Puede tener todo lo que pida. Consulte a cualquiera de mis tres amantes. Supongo que es tan lista como para darse cuenta de que sólo puede optar a ser una institutriz o la compañera especial de un noble.
– Lo que sea o deje de ser no es de su incumbencia, lord Conyngham -sentimos lástima al ver cómo la mirada verdosa se empaña de lágrimas indignadas.- Preferiría morir de hambre que meterme en su cama. Si valora en algo su vida, debería alejarse de mí, porque le aseguro que de donde vengo, los insultos se vengan con sangre.
La señorita Townsend le escupe sus ultimas palabras y se gira en redondo para huir del depredador que asegura que la aristocracia inglesa la desea como amante. Antes de poder desaparecer, el marqués la toma del brazo para decirle:
– Tengo tres hijos que instruir. Por si le interesa ocupar un puesto más decoroso -amplió la sonrisa al ver que ella trataba de soltarse de su mano- Estoy seguro que se convertirá en la institutriz más deliciosa que haya visto un mortal.
Ser cómplices de esa ultrajante conversación nos deja unos segundo mirando al vacío. En cuanto se pronunció su nombre supimos que estábamos ante Roselyn Townsend, hermana de la vizcondesa Palmerstone. Antes de saltar del alféizar y volver a nuestra estancia captamos la exclamación de una mujer de gran belleza rubia, voluptuosa figura y experiencia marcada en sus inteligentes ojos azules.
– Regina, tenemos que irnos inmediatamente -le urgía a otra dama- Roselyn nos necesita, se acaba de enterar que en los clubs apuestan por ella.
– Es bueno que en su segundo año en sociedad la sigan teniendo como candidata. – responde algo confusa.
– Querida, Roselyn está en la lista de las amantes más deseadas y pujan por ver quien se la lleva a la cama.
– ¡Oh, Bárbara! ¡Eso es horrible! -exclama con gran preocupación.
– Vamos, nos espera fuera hecha un mar de lágrimas -la urge – Y bien sabemos que tras las lágrimas de Roselyn siempre aparece la venganza más cruel…
Las últimas palabras de Bárbara resuenan en nuestra mente. Volvemos a la realidad preocupados por la joven y queriendo conocer si la señorita Townsend será capaz de vengarse y recomponer su reputación.
1 SEPTIEMBRE 2016
SINOPSIS
Roselyn Townsend está decidida a recomponer su orgullo herido y su maltrecho corazón, devolviendo meses de humillación al vizconde de Deerhurst. Este la había seducido el año anterior llenando de ilusiones, hiriéndola con su pretensión de convertirla en su amante. Roselyn, una joven risueña e impulsiva, recupera su carácter vivaz gracias a la ayuda de las amigas de su hermana. Unas mujeres expertas en el desamor llamadas Damas de Fuego. Sus mentoras la acompañarán en las veladas que se celebrarán en los distinguidos salones londinenses, pendientes de que su joven pupila no sólo repare su reputación sino que encuentre por fin el amor.
El señor FitzRoy, amigo de lord Deerhurst, suele ser invitado a los bailes organizados por sus clientes; en su mayoría aristócratas que contraen deudas con la casa de valores que gestiona su familia: los Rothschild. Huérfano de padre y madre, tiene bajo su cargo a su hermana menor. Por ella es capaz de complacer el capricho de su prima Hannah de participar de la vida social a pesar de sus orígenes hebreos y el rechazo de la sociedad hacia sus creencias. Su acuerdo con Roselyn Townsend se convertirá en una apuesta arriesgada cuando el amor y la atracción que surge entre ellos no entiendan ni de creencias, ni de dinero. Arthur FitzRoy no querrá repetir los mismos actos de su madre, mientras que Roselyn, impulsiva y enamorada, estará dispuesta a zarandear su mundo para arrastrarlo a una vida llena de emociones.