Escuchamos un sonido repetitivo, agudo, algo o alguien golpea la dureza del cristal. Nuestros ojos no tardan en hallar al responsable del acuciante ruido. Un cuervo picotea la ventana desde el otro lado. Una vez se puso de perfil, nos sentimos apremiados por su ojo clavado en nosotros. El pequeño visitante se presenta como guía en nuestro próximo viaje al pasado.
Pronto descubrimos una amplia pradera. Al asomar la cabeza nos damos cuenta de que la ventana en la que nos apoyamos forma parte de una pequeña cabaña. La construcción está marginada en una inmensidad de montañas cubierta por fina hierba y salpicada de rocas grises. Al saltar al otro lado observamos pequeños brotes de brezo escocés. No sabríamos adivinar el año en el que nos encontramos, pues a nuestro alrededor todo se ha convertido en salvaje naturaleza. El vuelo del cuervo logra que nos decidamos a seguirle. Nuestros pasos comienzan el descenso de la colina, el viento es frío y el sonido de algún riachuelo cercano nos acompaña.
La caminata nos resulta agradable, disfrutamos del entorno rural y decidimos no alejarnos del camino surcado por el agua. El relincho de caballos nos hace buscar refugio, tras dar varios saltos llegamos a una formación rocosa que nos protege. En cuanto nos sentimos seguros trepamos para ver quie está al otro lado. Intentamos controlar la respiración al descubrir a un gran guerrero escocés acompañado de un muchacho. Por su actitud y escasas pertenencias todo apunta a que han hecho un alto en el camino.
Un solo caballo con dos alforjas colgando a los costados pasta alrededor mientras los escoceses se refrescan junto al pequeño río que durante el camino aumentó su caudal. El rugido que surge del joven nos sobresalta. Nos agarramos con fuerza a las rocas y somos conscientes del daño que nos hemos hecho con el agarre. Olvidamos pronto nuestros rasguños al querer comprender qué le sucede al pequeño escocés. El mayor no parece tan sorprendido y espera recostado en unas piedras a que el menor se desahogue. Más gruñidos, gritos y lamentaciones llegan a nuestros oídos mientras observamos cómo lanza piedras, patadas y puñetazos al aire. Pasados unos minutos, el enfado comienza a menguar y cae derrotado sobre la hierba.
En ese momento, el mayor de ellos se acerca al caballo, busca en las alforjas y saca tela enrollada. Sin contemplaciones y con más fuerza de la que creemos necesaria lanza el bulto hacia el muchacho rabioso. La sorpresa del golpe que le llegó por la espalda hizo que frenara su llanto y se levantara como un resorte. La extraña manera de relacionarse nos mantiene atentos a la escena.
-Quítate ese trapo —escuchamos que le ordena el mayor—. Ya va siendo hora de que vistas con los colores de tu clan.
En ningún momento percibimos ternura o tacto en sus palabras, aunque adivinamos que lo hacía por el bien del chico. Este miró con fiereza, sacó un cuchillo de su bota de piel y destrozó el plaid a cuadros azules y verdes que lo cubría. Al terminar no se movió, se quedó de pie con una camisa azafrán por único atuendo. El sonido de su respiración entrecortada llega hasta nosotros.
-No perteneceré a ninguno —escuchamos sus palabras a través de su dentadura apretada.
-No es decisión tuya, eres un Mcleod.
-Que haya dejado de ser un Mackenzie porque mi padre así lo ha querido no significa que me sienta más Mcleod. ¡No quiero pertenecer a ningún otro clan! ¿habéis oído? ¡A ninguno!
-Eres mi sobrino. Da igual donde hayas nacido, nuestra gente nunca te dejaría solo. Nunca lo han hecho, Daimh. Desde que supimos de la existencia de los hijos de Glheanna supimos que eran parte de nuestro clan. Tú, Daimh, eres McLeod. No hubiera ido a buscarte si no lo creyera así.
-Fuisteis a buscar la paz para vuestro clan a cambio de llevaros la basura de mi padre.
Percibimos cómo la ira marcaba cada uno de sus movimientos. Una carcajada amortiguada por el viento surgió del gran guerrero. Recogió el bulto con los cuadros negros y amarillos que seguía en el suelo. Cuando se giró hacia el joven nos llegó su respuesta.
-Si algo he aprendido todos estos años como jefe de los McLeod es que tu padre no nos dará paz, jamás. Hagamos lo que hagamos. Si fui a por ti es porque eres parte de mi familia y el consejo del clan consideró que era hora de que volvieras a tu hogar.
–Soy Mackenzie.
Los ojos enrojecidos del joven llegan a conmovernos. En su perfil podemos calcular una edad próxima a los quince años. El tío de Daimh lanza un gruñido al poco de escuchar su afirmación. Vemos cómo se rasca la cabeza y busca una respuesta a lo lejos, por encima de la cabeza del joven.
-Tienes la mala suerte de tener sangre Mackenzie, sí. —Su gesto asqueado casi nos hace reír—. Te daré un consejo, cuando lleguemos al Castillo de Creag intenta que nadie reconozca ese defecto. Estoy seguro que te darás cuenta de la diferencia que existe entre los dos clanes.
-Vos matasteis a vuestro hermano y mi padre me acusa de hacer lo mismo con el mío. En eso nos parecemos.
El laird nos hizo temer por la vida del niño cuando observamos la reacción a sus palabras. Daimh también se encogió ante su mirada. Vimos cómo lo tomaba de la pechera y lo arrastraba hacia el agua. El joven se resistió al mismo tiempo que le escuchaba decir:
-¡Tu padre y Fionnlagh si se parecían! Mi hermano debía morir tanto como lo merece tu padre. No sé si tú y yo nos parecemos, lo único que sé es que haré todo lo posible para que así sea.
Una vez concluyó, hundió al joven en las aguas durante un tiempo que nos resultó asfixiante. Cuando creyó oportuno dejar al joven respirar este surgió con exclamaciones.
-¡Si me matáis no me pareceré a nadie! —desciframos su recriminación.
-Esto ha sido mi primera lección —el brillo de la sonrisa nos sorprendió—. Nunca provocarás a tu tío Alistair.
Y volvimos a ver cómo el joven desaparecía en las gélidas aguas escocesas hasta que el gran brazo menguó su presión.
-¿Y esto, a qué se debe? —el joven gritó asustado.
-Muchacho, no pienso permitir que luzcas nuestro tartán lleno de mugre. Has dejado de ser un cerdo, ya no eres un Mackenzie.
Y sin mediar más palabras, lo dejó caer sin miramientos sobre el colchón acuoso. Vimos cómo se dirigió a la montura y preparó las cinchas del caballo mientras dejaba que el joven se calentara bajo el tartán que luciría de ahí en adelante. Fuimos los únicos testigos de la mirada cargada de respeto y admiración que Daimh dirigió a su tío. El brillo del broche que selló el plaid con el que cubrió sus hombros nos llamó la atención. Un sol destacaba como símbolo. Comprendimos que acabábamos de conocer a la otra rama Mcleod. Los Mcleod de Lewis.
¿Qué relación tendrían con Aila? ¿Cuánto tiempo pasará antes de que sepamos la respuesta?
La caprichosa Ventana al Pasado vuelve a ser dueña de nuestra curiosidad.

¡Oh, qué intriga! Como siempre lectura amena y que te engancha con las ganas de saber más, de conocer la historia, de adentrarnos en el mundo de Elphame y de lu clan, de traspasar la ventana y sumergirnos en el pasado, hasta la edad media.
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Es por eso mismo por lo que trabajo. Gracias por conectar con el relato y con Elphame. Un abrazo, Martha!
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