Autora: Jane Hormuth
Kenza es la curandera del clan McLeod. La mañana siguiente a Ostara sale al bosque en busca de corteza de sauce. Entre la maleza descubre la presencia de seres de Otro Mundo. Para su sorpresa desaparecen ante sus ojos y movida por la curiosidad se acerca al lugar. Un sonido extraño parecido a maullidos hace que se incline y… ¡Viaje a través del tiempo! El portal que atraviesa no es uno cualquiera. La agencia de inteligencia FVEY lleva años realizando este tipo de paseos temporales con finalidad científica e histórica. El mecanismo de cierre falla y Kenza se cuela por él.
La familia Casey serán los primero en auxiliar a la dama medieval, sin entender del todo su forma de hablar, vestir o su extraño comportamiento. Su nieto Owen se hará cargo de la situación pues la inocencia de Kenza no lo convence y está seguro de que es una farsante. El día que logra ingresarla en un sanatorio de Glasgow se da cuenta de la verdad y el camino que el informático andará junto a Kenza lo llevará más lejos de lo que nunca imaginó.
Ambos vivirán la persecución de los espías que desean aniquilar a la viajera por resultar una amenaza para los intereses de la alianza política. Para ello será crucial la amistad con Elsie, una youtuber amante del misterio y las conspiraciones que forma parte de un ejército en la sombra. Ella y sus misteriosos amigos tratan de desvelar lo que los poderes esconden. Sus pesquisas los llevarán a conocer a los actuales descendientes del clan Mackenzie quienes aguardan la llegada de Kenza McLeod para cumplir con un compromiso familiar, pactado siglos atrás. Todos tratarán de buscar un portal, acercar a Kenza a él y lograr que vuelva a mil seiscientos sesenta antes de que la FVEY de con ella.
Owen pronto se dará cuenta de que Kenza es una mujer excepcional, no solo por su controvertida aparición en la granja de sus abuelos sino por su misticismo, determinación e inocencia entremezclada con la ferocidad de los antiguos Highlander. A pesar de las circunstancias sus corazones latirán a favor de una historia de amor que debe ser sacrificada pues el siglo XIX será un mundo demasiado hostil para que Kenza pueda sobrevivir en él.






Nuestra atención estaba puesta en los quehaceres cotidianos cuando un intenso olor nos detiene. La mezcla de heno, animal y heces nos resulta demasiado espesa para nuestras fosas nasales. Corremos hacia la ventana en busca de aire. Allí nos topamos con una sola hoja de madera y tosco hierro forjado que nos indica que hemos viajado otra vez al pasado. Estamos en las caballerizas de alguna fortaleza. Vamos en busca del tartán que nos habían dejado en el primer viaje a la Escocia medieval y saltamos para averiguar qué descubriremos en esta ocasión.
La vida en el castillo nos pareció muy activa. Con disimulo nos deslizamos a lo largo del callejón donde se encontraban las caballerizas y con la mirada encontramos el portón que nos llevaría al patio de armas. Nos detenemos en el umbral al ver a un grupo de soldados escoceses entrenar a pecho descubierto, espadas en mano y kilts bailando al son marcado. Nos resulta demasiado arriesgado y nos escondemos en el primer hueco que encontramos. Ruidos de cascos de caballo y voces nos obligan a subir por una estrecha escalera cubierta de fango. Enseguida llegamos al camino de ronda que forma la barrera protectora. Aprovechamos el momento para alzar la mirada y disfrutar de las vistas. El castillo está construido con piedra rojiza en lo alto de una colina, rodeado de un frondoso bosque.
Cae la tarde y yo ando por casa con la mente puesta en la lista de cosas que me quedan por hacer. La luz, que hacía un momento iluminaba la estancia, se vuelve tenue. El cambio de temperatura es patente por lo que voy en busca de abrigo. La curiosidad hace que me dirija a la ventana más cercana. Escucho voces al otro lado y el miedo me hace recelar. Algo extraño está pasando ahí fuera que me mantiene alerta. Me digo que son tonterías mías, que las voces no pueden pertenecer a nadie pues me encuentro en la planta alta de la vivienda.
Levanto con decisión mi mano para apartar las cortinas y tardo largos segundos en procesar lo que ven mis ojos. La montaña de origen volcánico que suelo ver desde mi ventana ha desaparecido. No hay casas, ni asfalto, nada que me recuerde a la civilización moderna. Una amplia pradera se extiende ante mí, lo cubre la hierba salpicada de manchas violetas producidas por el brezo escocés. Algunas rocas, rodeadas de arbustos de más altura, se encuentran próximas a donde me encuentro. Abro una de las hojas para asomarme al otro lado. El frío es tan intenso que no puedo dudar de su existencia. Me maravillo con las vistas mientras me apoyo en el alféizar para adentrarme un poco más en el nuevo mundo que estoy descubriendo.
Las voces vuelven a alzarse; y a mi casi se me detiene el corazón al toparme con la imagen de una joven surgiendo de los arbustos. Me entra el pánico, pero mis ojos recaen en ella y detienen mi huida. Su sonrisa y su caminar son pausados mientras se acerca.
Escuchamos un sonido repetitivo, agudo, algo o alguien golpea la dureza del cristal. Nuestros ojos no tardan en hallar al responsable del acuciante ruido. Un cuervo picotea la ventana desde el otro lado. Una vez se puso de perfil, nos sentimos apremiados por su ojo clavado en nosotros. El pequeño visitante se presenta como guía en nuestro próximo viaje al pasado.
Pronto descubrimos una amplia pradera. Al asomar la cabeza nos damos cuenta de que la ventana en la que nos apoyamos forma parte de una pequeña cabaña. La construcción está marginada en una inmensidad de montañas cubierta por fina hierba y salpicada de rocas grises. Al saltar al otro lado observamos pequeños brotes de brezo escocés. No sabríamos adivinar el año en el que nos encontramos, pues a nuestro alrededor todo se ha convertido en salvaje naturaleza. El vuelo del cuervo logra que nos decidamos a seguirle. Nuestros pasos comienzan el descenso de la colina, el viento es frío y el sonido de algún riachuelo cercano nos acompaña.
La caminata nos resulta agradable, disfrutamos del entorno rural y decidimos no alejarnos del camino surcado por el agua. El relincho de caballos nos hace buscar refugio, tras dar varios saltos llegamos a una formación rocosa que nos protege. En cuanto nos sentimos seguros trepamos para ver quie está al otro lado. Intentamos controlar la respiración al descubrir a un gran guerrero escocés acompañado de un muchacho. Por su actitud y escasas pertenencias todo apunta a que han hecho un alto en el camino.
La ventana lleva tanto tiempo sin dar señales de nuevos viajes que hemos perdido la costumbre de asomarnos a ella. En esta ocasión nos sorprendemos al encontrar un tartán escocés doblado sobre el alféizar. Las hojas de la ventana han desaparecido para dejar un hueco estrecho y vertical construido en piedra. Un viento gélido se adentra a través de él, pero no impide que nos acerquemos. Antes de asomarnos nos echamos la tela a cuadros por encima para protegernos del frío.
La mujer cruza el patio mirando de un lado a otro. Tras varios viajes a través de Ventana al Pasado sabemos que estamos ante la visión que quiere que presenciemos.