Un golpe seco tras otro, constante, mecánico y repetido en el tiempo. Nuestros sentidos se agudizan volviendo la vista hacia la ventana. Intensos rayos de luz atraviesan el vidrio cortando el aire con la visión del polvo en suspensión. ¡Cloc! De nuevo el golpe que nos había llamado la atención vuelve a repetirse. Nos asomamos para buscar las señales que Ventana al Pasado nos suele ofrecer.
Nos encontramos apoyados en un marco de madera, el día es claro aunque el viento es fresco. No hay ruido de ciudad. Los sonidos que nos rodean provienen de la naturaleza. Los golpes que continúan siendo constantes nos hacen otear entre las ramas de los árboles que rodean la vivienda. Un hombre de gran espalda cubierta por una camisa de lino usada, parte con un hacha trozos de troncos. La cabeza morena de largos cabellos se mueve de manera mecánica y descarga los golpes con más fuerza de la necesaria haciendo que las astillas salten por los aires.
La voz quebrada de una señora mayor detiene su actividad. Parece que lo llaman y este responde con voz profunda. Segundos después una mujer menuda, vestida de negro y cabeza cana cubierta por un sombrero aparece por una de las esquinas de la casa victoriana. El hombre de largas piernas y fuerte aurea se sienta en el tocón de madera mientras espera la llegada de la anciana.
—Aquí me tiene—le dice.
—Gowan querido, ni te imaginas el susto que me he llevado al no verte en la casa—le asegura la señora deshaciéndose del sombrero para abanicarse por la carrera—No te has recuperado aún para estar haciendo esfuerzos.
—Estoy mucho mejor, señora.
—Soy Dorothy. Anda, déjame ver.—le ordenó la anciana sin importarle la diferencia de tamaño entre ambos.
Al elevar el rostro del hombre con sus pequeñas y arrugadas manos podemos observar las protuberancias que marcan sus facciones. Una ceja partida se inflama de tal manera que le mantiene cerrado un ojo. En la mandíbula contraria una mancha oscura y verdosa habla de repetidos golpes en la zona. Al fijarnos mejor, siguiendo la inspección de la anciana, observamos lesiones y vendajes a lo largo del vigoroso cuerpo.
—Ay dios mío, esos rufianes estuvieron a punto de quitarte la vida Gowan—Dorothy chasqueó la lengua contrariada.—Anda vuelve a la cama que aún queda mucho para que estés del todo recuperado.
—Señora, me encuentro bien.
—¿Cuándo vas a llamarme por mi nombre hijo?
Percibimos cierta incomodidad por parte del hombre ante los cuidados y palabras cariñosas de la señora.
—Señora, ehm, Dorothy. No creo que una persona como usted tenga que hospedar a alguien como yo. Le agradezco su ayuda, no se imagina cuánto, por eso mismo antes de partir prepararé la leña para el invierno, le arreglaré el tejado, la verja de la entrada…
—Déjate de tonterías muchacho. No sería una buena cristiana si te hubiera dejado en medio del camino moribundo como estabas. Además eres un encanto…
La risa profunda del hombre interrumpió a la anciana que sufrió al ver la mueca de dolor que realizó por los espasmos de la risa.
—Dorothy, es usted tan buena que es capaz de llamar encanto a un delincuente como yo —Gowan sonrió ante la confusión que mostró la anciana y se encogió de hombros mientras preparaba su confesión—Señora, le doy las gracias por sus cuidados pero no puedo quedarme mucho más tiempo aquí. Es una mujer decente y yo mentiría si le dijera que la paliza que me propinaron no estaba justificada. Así se saldan las deudas en mi mundo.
—Válgame dios qué cosas dices Gowan. —Dorothy meneó la cabeza confusa y dejó que Gowan le cediera su asiento en el tocón de madera donde se encontraba.
Ya de cuclillas ante ella, le tomó las manos y continuó con su relato.
—Digo la verdad. No he tenido una vida fácil mi señora, tampoco esto justifica las cosas que me he hecho.—Vemos cómo se lleva la mano a la nuca para masajearse mientras continúa con el relato—Soy del sur de Escocia, pero apenas tengo recuerdos de mi familia. No tengo recuerdos de mis padres porque quedé huérfano a los pocos años de nacer. Los años en el hospicio no fueron buenos pero nada comparado con los que pasé en la mina cuando me vendieron. Si, señora, me vendieron para trabajar en una mina al norte de Inglaterra. En aquel entonces tendría diez años y mi tamaño era perfecto para introducirme por los túneles. No aguanté mucho, siempre fui avispado y pronto escapé de aquel infierno. En la calle hice buenos amigos y juntos intentamos ganarnos la vida para ser personas decentes. Trabajé en establos, ayudé en el ferrocarril…Pero Dorothy, cuando uno tiene hambre y frío, le da igual todo. Y fue así como comencé a robar, primero comida, luego cachivaches para la reventa. Dinero fácil señora. Mi amigo Johnny y yo viajamos por el reino hasta llegar a Londres. Allí no tardamos en descubrir las peleas de boxeo y la cantidad de dinero que podías ganar haciendo lo que aprendimos de críos. Darnos un par de puñetazos a cambio de un par de libras era mucho mejor que hacerlo por un plato de comida, unos zapatos o un hueco junto al fuego.
Gowan Maxwell se encontraba tan lejos de allí que no se dio cuenta de la expresión de horror que mostraba la anciana Dorothy. Con los ojos vidriosos seguía el relato de su huésped.
—Mi amigo y yo nos creímos invencibles hasta que Johnny perdió el conocimiento en una pelea. El golpe en la cabeza fue tan fuerte que apenas vivió unas horas más. Días después me uní a los hombres de Billy el Rojo. Un cabrón que controla la parte Este de Londres. No sé si alguna vez ha escuchado hablar de esto pero, en esos barrios, todo se puede vender y comprar. Ya me entiende, todo. Personas sin importar el sexo y la edad, o cuerpos en general, servicios tan diversos que hasta la muerte tiene precio. Allí uno no vive, sino sobrevive. Y eso hice. Mi fuerza me permitió mantenerme vivo y la astucia que heredé de los años me sirvió para ganarme la confianza de Billy El Rojo. No le voy a hablar de las prostitutas, de las palizas, de las peleas, ni de las casas de opio; sólo le diré que trabajé duro, muy duro señora. Hice, vi, olí y saboreé el lado más salvaje de Londres. Hasta que ser la cabeza visible en una banda de delincuentes no tuvo más premio que acabar en una cuneta a las afueras de la ciudad. No creo en dios señora, pero si existiera estoy seguro que se parecería a usted. No sé cómo he sobrevivido, sólo sé que no puedo traerle nada bueno. Yo estoy podrido, Dorothy, y usted es una buena mujer que ignora qué tipo de persona tiene ahora mismo delante.
—¡Ay criatura!—exclama Dorothy tomándole del rostro con lástima en los ojos—Claro que dios existe. Te ha dado una segunda oportunidad hijo. ¿Es que no lo ves? No voy a permitir que vuelvas a esa vida. Ni hablar. Te quedarás conmigo, cuidarás tus heridas y sólo dios sanará las que tienes en el alma.
—Dorothy, no le convengo. No puedo ser su obra de caridad.
—Escucha bien, hijo—la anciana blande un dedo admonitorio ante el rostro del hombre—No eres la obra de caridad de nadie. Dios te puso en mi camino porque bien sabe él cuan cabezota soy. Te quedarás en mi casa y te convertiré en un hombre decente. No eres mala persona Gowan, sólo necesitas que alguien te diga que tienes un corazón noble.—Dorothy frunció el ceño ante las carcajadas de Gowan—No te estés riendo de esta vieja, anda, ayuda a levantarme que tengo que meterte en la cama. En cuanto te recuperes te encontraré un buen oficio. Eres muy guapo y joven para desperdiciar tus años en los suburbios londinenses. Si te quedas conmigo, prometo convertirte en un caballero, tengo unos cuantos hijos que demuestran mi capacidad…
La anciana Dorothy continuó relatando los planes que tenía para él, mientras, agarrada de su brazo entraba en la vivienda. El gran tamaño y la fuerza que exudaba Gowan, en comparación con su delicada figura y voz quebrada por la edad, dejaba a quien los observara con la duda de quién cuidaba de quien…
El caprichoso destino estaba a punto de ayudar a Dorothy en su labor de ofrecer una nueva vida a Gowan Maxwell. A unos kilómetros de allí, en la residencia de los vizcondes de Palmerstone, comenzaba a fraguarse un plan.
Sinopsis
Lady Palmerstone se sentía tan afortunada al haber contraído matrimonio con un vizconde que no le daba importancia a sus largas ausencias. Lo único que ella desea es un heredero. El vizconde, hombre acostumbrado a servirse de las personas según su conveniencia, decide contratar a alguien para ahorrarle las molestias de llevar a cabo esa tarea.
Gowan Maxwell había llevado una vida de salvaje supervivencia. Cuando el vizconde le encomendó un escandaloso servicio no podía imaginarse que su vida cambiaría por completo.
Su encargo es seducir a lady Palmerstone. Lo que a en un primer momento resulta un perverso acuerdo, termina siendo la clave para que Edyna experimente la libertad de ser ella misma y Gowan descubra la necesidad de amar a una persona y no dejarla jamás, por muy imposible que sea su amor.
Ay Gowan! Creo que nos llevaremos bien. Qué ganas de conocerle! #Yaquedamenos
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Es un tipo muy interesante 😉 Esperaré tu opinión. ¡Quedan 9 días!
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