Cae la tarde y yo ando por casa con la mente puesta en la lista de cosas que me quedan por hacer. La luz, que hacía un momento iluminaba la estancia, se vuelve tenue. El cambio de temperatura es patente por lo que voy en busca de abrigo. La curiosidad hace que me dirija a la ventana más cercana. Escucho voces al otro lado y el miedo me hace recelar. Algo extraño está pasando ahí fuera que me mantiene alerta. Me digo que son tonterías mías, que las voces no pueden pertenecer a nadie pues me encuentro en la planta alta de la vivienda.
Levanto con decisión mi mano para apartar las cortinas y tardo largos segundos en procesar lo que ven mis ojos. La montaña de origen volcánico que suelo ver desde mi ventana ha desaparecido. No hay casas, ni asfalto, nada que me recuerde a la civilización moderna. Una amplia pradera se extiende ante mí, lo cubre la hierba salpicada de manchas violetas producidas por el brezo escocés. Algunas rocas, rodeadas de arbustos de más altura, se encuentran próximas a donde me encuentro. Abro una de las hojas para asomarme al otro lado. El frío es tan intenso que no puedo dudar de su existencia. Me maravillo con las vistas mientras me apoyo en el alféizar para adentrarme un poco más en el nuevo mundo que estoy descubriendo.
Las voces vuelven a alzarse; y a mi casi se me detiene el corazón al toparme con la imagen de una joven surgiendo de los arbustos. Me entra el pánico, pero mis ojos recaen en ella y detienen mi huida. Su sonrisa y su caminar son pausados mientras se acerca.
—¿Os gusta lo que veis?—me pregunta.
Yo solo puedo asentir devolviéndole la sonrisa.
—Lo habéis creado vos. Seguir leyendo «Un encuentro especial» →
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